Umberto Eco, en "El nombre de la Rosa" centra la trama de la novela en una abadía benedictina del medioevo, famosa por su biblioteca.
Esta biblioteca, codiciada por reyes y emperadores, se protege a si misma porque es en realidad un laberinto lleno de trampas, espejos y pasadizos.
Su secreta fama como laberinto sobrepasa con creces a la que posee como biblioteca.
Hay personas tales como este laberinto-biblioteca. Su riqueza es invalorable, pero resultan difíciles de abordar, de compenetrar. Se imbrican en personalidades falsas, espejos deformadores y ponen trampas al espíritu del arriesgado explorador.
Después de un par de habitaciones, la inmensa mayoría de los valientes está totalmente perdida, y la escasa minoria restante que puede volver a la puerta de entrada, sale despavorida.
Sin embargo, algún improbable testarudo, munido de brújulas, GPS, cuerdas, lentes de visión nocturna, etc. lo resolverá, porque nada es imposible.
A este explorador el laberinto no le importa, en realidad. Puede perderse sin remedio no más transpasar la puerta, mirando asombrado la riqueza y tratando de absorberla. Y perderse en un laberinto es lo de menos. Peor es perderse en la insondable vacuidad del páramo.
Cada libro, cada historia, es un laberinto en sí. ¿Qué importa si uno se pierde? Perderse entre las lobregas paredes en una realidad frustrante y perderse dentro de esas palabras que se leen con tanto frenesí, nocturnamente, sin conciencia de lo demás.
Para muchos, eso no es vivir. Bancos, chequeras y aviones reclaman un mundo sin laberintos y con gente temerosa de extraviarse en ellos.
Yo prometo que, si encuentro la salida, doy media vuelta y me pierdo de nuevo...
Y yo no tengo mas que estar de acuerdo con ud, as usual.
ResponderBorrarLo mejor de las historias que uno comienza a leer, aún esas a las que se llega por accidente, es esa maravillosa sensación de que está todo por venir...
ResponderBorrarni le cuento de esas que una vez que terminan, vale la pena volver a leerlas, o al menos echarles una mirada algún tiempo después.
Hermoso post, me llegó... al centro!
(sobre todo porque "El nombre de la rosa" ha sido uno de los últimos libros que compré)
PD: eleanor, qué gran verdad.
PD2: perderme en bibliotecas... y en cementerios... :D
NOs cambiaron el laberinto por la ruedita de los hamsters...
ResponderBorrarEsto apareció una vez en La Mansión de la Laguna:
ResponderBorrarComo sabrán hay miles de habitaciones en nuestra casa. Y es
inevitable que el amor nazca en cada rincón. La oscuridad, los
reflejos del agua en las ventanas, el perfume a jazmines añejos, la
música, todo ayuda a que, cuando la gente se encuentre, no pueda
dejar pasar el amor, del tipo que sea, por un rato o por la
eternidad.
La enorme cantidad de habitaciones, pasillos y recovecos ayuda a que
esto pase. Porque es lindo perderse para encontrarse.
Cada día es perderse en un laberinto... y es hermoso. Pero más hermoso es encontrarse con un segundo laberinto, elegido al azar en la biblioteca... Como disfruto ese momento!!!
ResponderBorrarSalutes
'Perderse puede ser bueno o puede ser malo. Es según cómo lo tomes. A mí me gusta perderme, por ejemplo'.
ResponderBorrarEsto me lo dijo un mozo en mis vacaciones pasadas. Cómo llegamos a esa conversación, no sabría precisarlo. Hace mucho que no me pierdo con gusto...
oh, bueno, si encima tenemos en cunta que cada libro en la biblioteca es un laberinto para perderse... que desesperación más agradable!!!!!
ResponderBorrarbesito
Donnie: Mire, ¡daría la mitad de mi dedo meñique por saber cómo!.
ResponderBorrarEn realidad, mi hambre literario se reduce casi a solamente esas cosas tan importantes.