13 abril 2008

Sobreestimación del amor.

Hace unos años tenía una compañera de trabajo, recepcionista de la corporación en la que trabajaba, que escuchaba una y otra vez "La oreja de Van Gogh" (para mí siempre debieron llamarse "Las orejas de Van Gogh", porque si el pintor se levanta de la tumba les regala la otra, tratando de ayudar -seguro-). Esas coplas ñoñas y pletóricas de lugares comunes, remanidamente amorosas, provocaban en ella una catarata de sentimiento que la desbordaba. Cuando no estaba meneando la cabeza al compás y le tocaba interactuar con nosotros, la muchacha era una golfa de armas tomar, llena de rencor y capaz de las bajezas de oficina más rastreras. Cuando veías (y sobre todo, oías) a "Sole" desafinar las rimas con voz de nenita fronteriza (los españoles tienen algo con las cantantes aniñadas, eso hay que estudiarlo), te preguntabas cómo semejante perra no estaba escuchando algo más a tono, digamos, un This Mortal Coil o Dead Can Dance, mientras afilaba cuchillos o urdía maquinaciones corporativas. Al menos Tatú, che. Hacer coincidir su imagen de graznadora de insultos con esa melosa insufrible. era difícil. Seguro (aunque a mi se me escapaba cuál), una canción en particular era la culpable de tantas pasadas de CD: la chica estaba enamorada de un compañero nuestro, casado, mucho más grande que ella y con una fama de importante pirata. Alguna canción anudaba los convencionalismos del autor de esa letra a su alma retorcida ¡y enamorada!, explicando por qué millones de neuróticas como ella dan sustento a tantos mediocres.
¡El amor! ¡Qué cosas despierta en los seres humanos! Todos nos creemos con derecho a él. Aún el más abyecto, vil y estereotipado malvado de caricatura. ¿No abundan acaso los oscuros villanos disputando el amor de la dulce muchachita de turno al rubio héroe? Encima, en el amor "todo se vale" (como dicen las traducciones mexicanas que nos abundan), así que terreno abonado para el que tiene poco o ningún prurito con eso de que "el fin no justifica los medios".
La mala gente corre con ventaja, hay que tener cuidado. Si tomamos en cuenta que el mundo es una mierda, lleno de hijoputas malavenidos y listos para manducarse tu hígado en cuanto te arriesgues a mirar para otro lado, no sé que pretende la gente con el amor. Redimirse, dirán algunos. Asegurarse una cama calentita, dirán otros. ¿O es que los símbolos del amor nos hacen parecer normales, buena gente, demostrar que debajo de la escoria alguien es capaz de encontrar a aquel héroe rubio con la espada presta para defender a los débiles o, al menos, que nos cree incapaz de huir con los ahorros que estaban destinados a la operación a corazón abierto del primito? ¿Quien se atreve a pensar que nuestro amor, ese que creemos tan merecido -o del que usufructuamos sin demasiado complejo de culpa- es distinto del amor que sintió Hitler, o Stalin, que sentiría un Hannibal Lecter, un Drácula y hasta Jorge Rafael Videla?
El amor, entonces, nos iguala. Buenos y malos somos sus víctimas y sus victimarios, sobre todo. Las tontas canciones de amor nos dan la sensación de que alguien más (Sabina, El Paz Martínez o Gustavo Adolfo Damas Gratis) entienden esa desazón llena de esperanzas inmerecidas a la que llamamos amor, esa necesidad insoportable de rascarnos un granito que todavía no tenemos, y que, tal vez, nunca merezcamos tener.

5 comentarios:

  1. Por mi parte, jamás entendí a quienes escuchan "canciones de amor" de esa índole, salvo aquellas pertenecientes a dos géneros musicales: tangos y boleros. Detesto mayormente la música en castellano que no se remita a esos dos estilos mencionados (salvo honrosas excepciones que no pertenecen ni al rock nacional ni a la trova cubana ni al folklore) creo que por estas mismas razones: es un "pare de sufrir pero sufra lo mismo", una rascada de cascarita sobre la cual se insiste para que sangre y por ahí se evacúe ese restito de cosa doliente que puede producir el amor no correspondido.

    Pero no jodamos, para algunos es mucho más simple quedarse en la rascada de cascarita que en hacer algo con sus vidas. Y mientras, nos torturan a todos con su lágrima inicua y su pose de malculiados.
    Lo mismo vale para algunos otros géneros musicales que invitan a sumergirse en el mundo del "ay" reconcentrante (algunas formas de jazz), a las cuales más retorcidas, disonantes y cacofónicas, más expresivas son. En realidad sí, y ya sabemos de qué.

    PD: me mató eso de que si el pintor se levanta de la tumba les regala la otra, tratando de ayudar. Yo creo que les hace una caricatura como la que ostenta este blog ahí a la izquierda.

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  2. Hay quienes necesitan regodearse en la melancolía y en la angustia para justificar el tiempo sin hacer, la falta de ganas y demás voluntarismos ausentes. Y para eso les vienen como anillo al dedo tantos intentos fallidos de poesía obsecuentes con sus dolencias...
    Si el amor nos iguala, nos diferencia la capacidad de gozo; la hijaputez será ventajosa para andar saltando algún que otro escalón, pero sin duda es una capitis diminutio para disfrutar de las buenas cosas.

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  3. Siempre dije que todos estamos muy equivocados creyendo que el amor nos va a salvar. No sólo como individuos, sino como humanidad toda.
    El amor está muy bien, pero hay cosas que hay que trabajar...

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  4. Bater: No tolero el bolero! Me da dolor de panza, mire. Otra cosa que no aclaran los "Oreja..." es si son la que sirve de algo (porque aún está pegada al cuerpo, o la que quedó en algún tacho de basura, inservible).

    manuelita: me encantó lo de "voluntarismos ausentes". Anotado. Por otro lado, recomendar ser feliz por las razones equivocadas es el trabajo, no sólo de burdos poetas, sino de psicólogos abrumados.

    d.: Usted es antilennon! El problema es que nadie se hace cargo del amor, sólo de sus atributos.

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  5. El amor es una mierda.


    Me ha gustado tu blog y creo que te va a gustar el mio, pasa a saludar cuando quieras, colega.

    Un saludo.

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Perdón el capcha, pero el spam golpea fuerte estos días.