Una vez que mi hambre lector se confirmó como voraz y percibí que todo lo que caía en mis manos era tragado velozmente -sin ningún plan, ya dije- y ante la desesperación de no poder leer más, empecé a escribir, tímidamente. Creo que fue a los 9 años, más o menos.
Escribir tiene dos cosas que me apasionan: depende solamente de mí y consume muchísimo tiempo. Mientras tenga tiempo y ganas, escribo.
Tomando estos antecedentes, uno cree que a esta altura el corpus de mis escritos ocupa varios volúmenes de manuscritos, bocetos, borradores y pulidas obras completas, que he tenido la prudencia de mantener guardadas y ocultas.
Pues no. Nada de eso. He quemado o tirado casi todo lo que he escrito. De hecho, algunas cosas terminadas ardieron en hogueras secretas. Escribí decenas de cuentos, la mitad de una novela corta, un libro de ensayos en los que tomaba pasajes bíblicos y los aggiornaba, y quizá miles de páginas sin más contenido que cosas bastante parecidas a la escritura automática de las que un Kerouac, Cummings o un Bretón sacaban genialidades (en fin, no comparar más allá de eso).
A medida que fui creciendo, mis escritos pasaron de ser meras copias de lo que leía a contener casi todo lo que me rodeaba, y lo que es peor, lo que consideraba faltante. Nunca lo hice con una conciencia de diario tradicional, pues tuve intuición de que se escribe en un diario sabiendo (como dice Susan Sontag en el suyo) que al final termina siendo leído.
Me limité a dejar fluir en tinta todo lo que me pasaba y lo que no (sigue siendo la manera más dolorosa de hacerlo, porque puedo escribir mucho más fácilmente pretendiendo ser otro), sabiendo que eso jamás vería la luz. Entonces escribí sin muchos tapujos. Como lo hacía a mano, casi sin corregir, mi cabeza desvariaba as usual y las historias terminaban dando rodeos infinitos.
Recuerdo una historia, basada en el Gedeón bíblico, cuya verdadera sustancia no podría llenar dos páginas, pero que las disgresiones hacían que engordara doce.
Entonces, un cierto sentido crítico hizo que dispensara al resto del mundo de leer esas cosas. Y una vez que leí a Hemingway tuve que convencerme que para ser escritor, primero hay que vivir.
Jamás dejé que nadie me leyera, salvo algunas cosas muy tempranas que mis padres creían tener derecho a leer sin consultar. Estar demasiado tiempo enfrascado escribiendo alertaba al entorno, que hacía la pregunta más fastidiosa que existe para los jóvenes escritores "¿qué estás escribiendo?") La mera suposición de que algo corría peligro me obligaba a huir al fondo de casa para sacrificarlo.
Con los años, me acostumbré. Escribía algo hasta que me hartaba, lo dejaba un rato. Lo releía y ya era un cadáver en descomposición, esperando ser cremado.
Ahora mismo, este blog tiene decenas de cadáveres descomponiéndose. Cosas que no verán la luz o que sufrirán de reescritura masiva. Sin contar lo que ya he borrado.
Si esto es lo que publico, imaginarse lo que desaparece es sólo para masoquistas...
Pero algo irá quedando.
Fender, aunque jamás le permita a nadie leer lo que ha escrito, piense usted hasta dónde tiene derecho de acabar con su creación.
ResponderBorrarDisculpe la intromisión, pero yo creo que no lo tiene, ni usted ni nadie: una vez que se ha creado algo, hay que conservarlo hasta que (según el tipo de objeto del que se trate) se haga uno que contenga y supere al anterior, o bien sea necesario su consumo (esta segunda salvedad, no válida para la literatura).
Pero es mi parecer, no más que eso.
Y lo dejo, que ya está listo el fueguito al que le entregaré mi cpu.
Arriba, don Lucho ha dicho una gran verdad. Quien escribe, engendra. Y creo que todos sabemos que el destino de los engendros de uno es el mundo.
ResponderBorrarEventualmente, las docenas de diarios que escribí, los miles de papeles sueltos en las cajas que me siguen mudanza tras mudanza y los billones de tipos escritos a máquina y en computadora, verán la luz de una u otra manera.
Algún día voy a contar cómo empezó la fiebre. Este relato suyo tiene tanto de mí misma! La pregunta "molesta", me temo, la sufrimos todos por igual. Y mis escritos alguna vez conocieron el fuego. Hasta que me agarró mi vieja... y me escondió unos cuantos manuscritos, que hasta yo tengo miedo de encontrar.
El tiempo dirá.
PD: me compré el Ñ que recomendó, el de Sontag. GRACIAS ... (aunque ahora, merde, quiero los diarios!!)
oh, te entiendo en parte, porque mi relación con la escritura es distinta: es como que yo sé lo malo de lo mío, pero no lo puedo evitar, aí que escribo sin preocuparme mucho por su berretez. a veces pienso que en realidad no me gusta escribir, sólo me gustan las palabras.
ResponderBorrarigual, la escritura automática es hermosa y los nombres que citas por ahí también.
y me caés bien, si es que eso cuenta en algún sentido...
:)
Voy a ser muy, pero que muy original: le entiendo perfectamente (hehehe).
ResponderBorrarCoincido en que cuando algo huele mal, hay que quemarlo, porque uno se dice a sí mismo que escribe para uno mismo, pero en realidad siempre lo hace pensando en como lo van a interpretar los demás.
Dos o tres cosas:
ResponderBorrarCosa n°1.
Algun día, alguien va a tener que escribir un ensayo sobre el fuego y los escritores (si es que ya no lo hicieron y no me desayuné)
Qué costumbre de quemar los textos. No saben que el que juega con fuego se hace pis en la cama?
Cosa n°2.
Uno escribe porque no tiene más remedio. Aunque lo que escriba sea una reverenda sandez. Por que en el momento que uno escribe, en el exacto momento en que pone cosas en un papel, le va la vida (suena exagerado, pero suele ser así para todos los que se deciden a escribir)
Cosa n°3.
Me muero de curiosidad por ver los borradores de este blog.
Salú.
Ah!
ResponderBorrarCosa n°4.
Yo no sé para quién se escribe, pero intuyo un poco, que casi siempre se escribe para otro, eh.
Fodor, si vamos a quemar lo que los demás pueden interpretar de manera distinta a lo que hemos querido expresar, entonces este mundo ya hubiese ardido por completo hace siglos. Y no hablo de echar escritos al fuego, sino de echar todo, incluso la arquitectura, los muebles y los carruajes, los vestidos y los vinos, e incluso los hijos.
ResponderBorrarJajajaja,
ResponderBorrarse pasó Ud. tres pueblos lucho. Relájese, hombre. Afortunadamente para todos los artistas suelen ser lo suficientemente egocéntricos como para que les importe tres pitos lo que puedan interpretar los demás, siempre y cuando les aplaudan. ;)
Abrazo.
Primero que nada: gracias por los comentarios, me hicieron muy bien. Sobre todo porque los respeto mucho.
ResponderBorrarLucho: creamé si le digo que esas fogatas alimentaran de alguna manera las cosas que escribiré cuando decida que puedo soportar lo que se digan de ellas.
Cassandra: Bueno, a ver si empieza a mostrar un poco, porque para qué tanto guardar?
Ge: Gracias por los mimos...
Fodor: Mire, siempre tuve TERROR a que otros lo leyeran.
Vontrier: es usted clara, es evidente que le escribo a alguien...
Y los borradores de este blog dan calambre, mire...
Lucho Reprise: Uhhh... ahora que lo pienso, soy el borrador de mis hermanos...
Fodor Reprise: No, tomelo a Lucho como un polemista, nunca como una sacado. Y es cierto, si fueran todos mimos...
papi te vine a ver.. io sali a ti..escribo webadas.. jajajja somosiguales..mentiraaaaaaa..feliz dia de san valentino..papii..
ResponderBorrarcuidate..besitos escritos y automaticos
Gracias, Fender, por la defensa. Pero podríamos conciliar en "polemista sacado", que no me molestaría.
ResponderBorrarY a usted, Fodor, no puedo responderle... ¡porque ya me pasé otros dos!